Irene Yustres

Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002) era portero de las categorías inferiores de la Real Sociedad hasta que una lesión le obligó a colgar los guantes. Lo que no pudo erradicar aquella maltrecha avería fue la degeneración obsesiva propia del cancerbero por ‘desocupar espacios’.

Chillida dedicó toda su vida a parar goles. Si bien no con guantes de cuero, pero sí con materiales firmes, convincentes e inquebrantables como la piedra, el acero… y el viento.

A menudo nos empeñamos en que lo más caro es lo más valioso y, por ende, tremendamente imprescindible. En el fútbol, como en la vida, lo más valioso no es lo que cuesta más dinero, sino lo que se construye en conjunto con mayor o menor destreza o esfuerzo; aquello que, precisamente por su naturaleza extraordinaria, no se logra de manera continua en cada jugada. Gol.

El ‘Peine del Viento’ podría considerarse la mejor parada del artista guipuzcoano. Como se puede leer aquí, el conjunto escultórico costó lo suyo:

Para colocar las tres piezas de acero que forman el ‘Peine del Viento’, cada una de 10 toneladas de peso, Chillida llegó a pedir helicópteros a la Embajada estadounidense. Como dijeron que no, triunfó la ingeniería local: José Elósegui construyó en 1977 un puente con raíles que, sorteando los temporales, se alzaba sobre el mar.

Así formó su propia portería, anclada para la posteridad en su tierra natal. Con tres palos de metal, una red hecha de mar y el viento, que rellena la meta evitando lo extraordinario. Gol.

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